domingo, 14 de enero de 2018

Amor propio

Y, como les ocurre a los árboles en primavera, que vuelven a florecer; ella descubrió que podía hacer lo mismo, que podía renacer tras sentirse morir en vida.
Como hace un ave fénix que vuelve a nacer a partir de sus propias cenizas.
Que, al igual que el sol aparece cada mañana tras desparecer para dejar paso a la noche, podía volver a iluminar su propia vida. A brillar con luz propia en medio de la oscuridad y sonreír a pesar de los obstáculos que se encontraba en el camino.
Se dio cuenta de que podía volver a ser feliz y a aprovechar mejor cada minuto de cada día.
Si utilizaba con inteligencia la mejor herramienta a su alcance, esa que yace en nuestro interior muchas veces profundamente escondida. 
Solo ella tenía la clave para recuperarse así misma, para encontrar su esencia, para dejar de sentirse perdida.
El AMOR PROPIO. Ese que da sentido a la existencia, que nos impulsa para alcanzar nuestros sueños y que nos permite recuperar la alegría...
de vivir.


lunes, 18 de septiembre de 2017

Viejo París olvidado

Melodías de cafés aderezados con sinsabores de la incertidumbre, que suenan en viejos rincones de un París olvidado.
Una mesa desordenada donde se entremezclan cartas de amor, varias desilusiones y un ramo de besos casi marchitos, que buscan un único barco que hace años el puerto ha abandonado.
Un pastel de chocolate caducado, que recuerda los años mozos dorados.
Ganas de compartir la silla de en frente y nadie a quien regalar tanto amor desesperado. Por encontrar a la dueña de ligeras lágrimas que poco a poco se van derramando. Como la gota de café que se precipita contra el suelo, despacio. Como pasan los segundo de un reloj que resuena en los oídos como aquel último portazo. Canciones románticas que llegan a su fin porque ya no tiene sentido que sigan sonando.
Como no tienen sentido los últimos latidos de ese pobre desafortunado. Que espera que el viento despeine sus canas como los últimos retazos de sol del verano. Para sentir algo antes de que desaparezca el calor que sentía al estar a su lado. Resignación al saber que su historia, como mucho, se perderá entre los pasillos de algún suburbano que, con suerte, contarán las viejas cuerdas de un violín a cambio de 4 monedas de alguien que medio sonría con cierto encanto. Alguien que al escuchar su canción piense, por un segundo, en ese humilde anciano que, hasta el último suspiro, dio por amor todo lo que estaba en su mano.

viernes, 10 de febrero de 2017

Esos momentos en los que te gustaría parar el reloj, fuera la hora que fuera.
Igual, no para siempre. ´
Pero, si el tiempo suficiente para poder tocar cada gramo de felicidad y bienestar sin que se escurra entre los dedos de las manos, como lo hace entre tus dedos la arena del mar.
El tiempo necesario para disfrutar y conseguir grabar en tu mente esos preciados momentos como se talla un corazón en un árbol, permaneciendo fijos para la eternidad.
Parar el tiempo para que no vuele y poder caminar,
saboreando cada segundo con conciencia, guardando en la memoria ese pequeño gramo de felicidad que vale más que un millón de kilos de oro.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Caleidoscopios humanos


¿Sabéis cómo funcionan esos juguetes que son un tubito con varios espejos y dentro tienen fragmentos de cristal de colores que se reflejan y hacen formas? Caleidoscopios los llaman.
Pues a mi, me gusta pensar que cada uno somos un caleidoscopio andante. Imaginar que cada vez que algo nos rompe el corazón, la ilusión, cada herida que se forma en nuestro interior y cada suceso que nos hace añicos, se queda ahí dentro de nosotros.
Pero, puede que tengan su función. Nos empeñamos en que eso es algo malo y feo. Siempre es doloroso romperse de cualquier forma. Pero, ¿ y si todos esos fragmentos, cada uno de un color y un tamaño, crearan bonitas figuras? Si cada vez que caes, te levantas. Con cada fallo, aprendes una lección y a cada trocito roto les das su tiempo y su hueco, puede que crees una buena combinación. Y, al reflejarse en uno mismo, se dibujen diferentes combinaciones de formas y colores.
Creo que si nos parásemos a ver el interior de las personas, veríamos diferentes espectáculos de luz reflejados en su interior. Cada vez diferentes según las situaciones y los momentos. Como ocurre con un caleidoscopio cuando lo mueves para formar otra figura.
Pero, siempre, algo bonito y digno de admiración.

viernes, 25 de diciembre de 2015

La vida no se mide en minutos, se mide en momentos


Continuamente en nuestra vida hemos oído eso de "es la hora de..."
Es hora de levantarse, de ir a clase, de comer, de acostarse.
Estate a la hora en este sitio, a tal hora comemos, a esta hora empieza el curso, la obra empieza a X hora, de esta hora a tal hora estaré allí, haciendo, yendo...
Hemos perdido la cuenta de la de veces que nos habrán dicho: No llegues tarde, sé puntual, no hagas esperar, llega un poco antes de la hora, etc., etc., etc.
Creamos relojes que marcan las horas, minutos y segundos. Y vivimos marcados por tiempos. Es tiempo de hacer esto o aquello. Ya no es tiempo para eso o a este paso se te va la hora sin que hayas hecho algo.
Obligaciones, deberes, rutinas, quehaceres. Forman parte de la vida. Pero no son vida.
Una vez leí "la vida no se mide por las veces que respiras, sino por los momentos que te dejan sin aliento". Yo digo "el tiempo nos rige la vida, pero la vida se erige en momentos sin tiempos".
Y es que no existe la hora exacta para hacer de tu vida algo maravilloso. Nadie nos marca cuando dar un abrazo o cuando robar un beso. No hay relojes que dicten los minutos exactos en los que sonreír, salir corriendo o ponerse a bailar. No valen los cronómetros cuando de medir momentos se trata. Ese momento en el que estás sintiendo el sol de una tarde de verano tostando tu piel. Cuando estás tomando unas cañas a deshoras con ese amigo que hace tanto que no veías. Cuando caes rendido en la cama tras un largo día de trabajo y no tienes que madrugar. O en esos paseos sin rumbo por esa ciudad que conoces como la palma de tu mano. O la que ves por primera vez. Esos momentos de risas espontáneas con familia, amigos... con quien puedas imaginar. O con quien nunca hubieras imaginado. Esas charlas escuchando a un amigo que está mal, o con esa persona que te da un hombro en el que llorar cuando ya no puedes más. Y es que los mejores momentos no entienden de horas, minutos ni de rigideces impuestas por números inventados ni de métricas exactas. Están compuestos de sentimientos, de pieles erizadas, de lagrimas derramadas y sonrisas regaladas. De caricias espontáneas, de prisas que pueden esperar. Es que los mejores ratos son los que crees que tan solo ha pasado media hora cuando te das cuenta de que ya llevas cuatro. Cuatro horas, cuatro cañas o cuatro chistes malos con ese amigo del pasado con quien tan bien lo solías pasar. Son esos dedos encallados de estar en el agua de la bañera, de la piscina o del mar. Es ese bocado cuando tienes hambre sin importar si toca desayunar, comer o cenar. Es esa llamada a destiempo, esa que te hace llegar tarde pero que arregla ese malentendido o que ayuda a tu amigo a dejar de llorar. Es ese tren que pierdes por dormir un rato más, y te lleva a conocer en la estación a esa persona por casualidad. Son esos desvelos por las noches por todo lo que puedas imaginar, por estar de fiesta, velar a alguien, una noche romántica o por leer ese libro que tanto te gusta y no parar hasta que lo acabes o por sueño no puedas más. Y dormir por el día. Son esas reuniones familiares que empiezan con una comida y casi ya te quedas a desayunar. En las que entras a una hora y no sabes, ni te preocupa, cuándo acabarán. Es ese "solo 5 minutos y ya" con cualquier cosa que te llene de felicidad. 5 minutos que se convierten en unas pocas horas más.
Y es que los relojes marcan el discurrir del tiempo y la vida es temporal. Pero, son los momentos donde los minutos no cuentan, aquellos que nos hacen vivir de verdad.

sábado, 24 de octubre de 2015

Fósforos de la vida

Dicen los gurús, los maestros espirituales y los entendidos en sicología, que no puedes depender de nadie para ser feliz. Que la felicidad reside en nuestro interior y que somos la primera persona a la que tenemos que amar.
Vale, sí, nunca podré estar más de acuerdo.
Pero, no nos mintamos. Hasta una cerilla necesita un roce para sacar su llama, o una vela necesita que la enciendan para iluminar con su luz.
En última instancia, eres tú y solo tú quien tiene que iluminar tu alrededor. Y, no necesitas a NADIE para que eso pase.
Sin embargo, no podemos empeñarnos en negar que, a veces, la vida sopla demasiado fuerte y nuestra llama se tambalea peligrosamente. O, se nos acaban las fuerzas y se nos apaga. No del todo. Aunque aún este candente y ansiosa por volver a brillar. Incluso las estrellas parece que se apagan por el día a nuestros ojos porque las opaca la luz del sol. Pues con nosotros ocurre lo mismo. Los problemas de la vida nos opacan.
Vale, entendidos de la fuerza humana que creéis que el ser humano es invencible o ha de serlo, nadie está libre de caer. Y, si, nos tenemos que levantar nosotros mismos y no depender de ninguna mano que nos levante.
Pero, qué bonita puede ser la vida cuando te encuentras una mano que te anima a levantar. Cuando dos ojos ajenos nos ayudan a mirarnos por dentro, a enfrentarnos no solo a esa imagen que nos devuelve el espejo de ese ser extraño que es uno mismo. No. Esa mirada que nos dice "mira en tu corazón, toda la luz que hay, y es tuya". Quién me niega que no agradece en un día lluvioso, no que alguien sea su sol, sino que te recuerde que tienes el calor suficiente para pasar el invierno. Esa persona que te hace reconciliarte contigo mismo, con la vida. Que hace que le ames porque te recuerda que puedes elegir el buen camino, que tienes más flores de las que creías para repartir. Y que tu corazón no solo palpita sangre. Sino que está lleno de buenas intenciones.
¿Quién mentiría tanto para decir que no quiere una cerilla de esas en su vida que solo con el roce te haga sentir millones de cosas, iluminando tu vida? Pues yo no.
Porque ¿acojona? Sí, mucho. Da miedo pensar que en algún momento se puede apagar esa llama. Pero, todos a veces somos un poco sordos, un poco ciegos y muy injustos con nosotros mismos. Más de lo que la vida se empeña en serlo con nosotros. Somos los imbéciles que nos empecinamos en ponernos más dificultades aún. Y, puede que por miedo a quedar de arrogantes o al que dirán, nos tiremos más piedras que flores a nosotros mismos. Olvidando que el amor empieza por uno mismo. Y que, sin eso, estamos perdidos.
Por eso, cuando aparece ese fósforo que nos abre la puerta hacia nuestras partes más bonitas y, desgraciadamente, muchas veces más escondidas por nosotros mismos, sonreímos. Sí, sonreímos de verdad. No como en esas fotos de estudio donde enseñas los dientes. Sino como en esas instantáneas que parecen hablar por sí solas y que reflejan felicidad en el brillo de los ojos.
Ese brillo con el que todos nacemos y que la maldita sociedad hace el esfuerzo para que apaguemos. Por rebeldía, envidia y mil razones más.
Sí, queridos gurús, gente sabia y leída que escribe líneas y líneas sobre lo correcto y lo que está mal. Tras leer muchos libros de autoayuda y felicidad, les doy la razón, nuestra vida solo depende de nosotros mismos.
Pero, no hay manera de explicar lo que hacen sentir esos fósforos que llegan a nuestra vida por casualidad y que nos enseñan cómo hacerlo sin tanta teoría. Esas personas que, sin que nos demos cuenta, nos ayudan a sacar de nosotros un poco de eso que llaman felicidad. Que nos ayudan abrir las alas para que no nos olvidemos de que podemos volar.