La verdad que dar consejos es
fácil, que estos sean buenos es ya otro cantar. Tampoco es muy difícil escuchar
los que nos dan. Pero, ponerlos en práctica, eso es lo más difícil que hay.
Todos tenemos ese sicólogo interior que ayuda a un amigo cuando está mal. ¿Quién
no sabe las máximas referidas a la felicidad? Que si mira el vaso medio lleno,
que si no te fijes en lo malo, que si hay que ser felices…haz esto o haz lo
otro. Es sencillo ver las flores cuando
brilla el sol ahí fuera o distinguir los peces en el fondo del mar cuando reina
en él la calma. No resulta complicado estar animado y animar cuando todo es una
fiesta. Pero, la vida no es teoría, ni se está siempre arriba. Los libros nos
dan cultura, y estudiar nos ayuda a saber más. Sin embargo, la vida no son ciencias exactas ni está
hecha de literatura y palabras.
Vivir es caer y levantarte, no hundirte en los fallos y
aprender de tus errores. Y es en esos momentos cuando todo va mal cuando tiene
valía ser optimista. Esto no quiere decir que vivas con ilusión siempre sino
que no la pierdas por difíciles que se pongan las cosas. No significa estar
siempre contento, es no perder la sonrisa a pesar de los problemas y no dejarse
derrotar hasta hallar la solución y, si no existe, entonces buscar la mejor
resignación. No buscar siempre la luz,
sino brillar por ti mismo en la más absoluta oscuridad. Ser optimista no
es ver que todo es bueno sino que no hay mal que por bien no venga y que todo
tiene su cara y su cruz. Saber seguir adelante y sacar una lección. Porque a
base de palos y de practica es como se aprenden las lecciones de la vida. Lo
difícil es estar hundido en el barro y salir de él, poder moverte por el túnel
a oscuras aunque no veas la luz al final. No es lo mismo ser feliz que estar
feliz. Nadie es feliz de manera constante pero esos ratos en los que lo está
son los que dan la vida. Si no estuviera la noche, no apreciarías el día. Por
eso alguien que ve las cosas bonitas cuando está feliz no es que sea optimista,
eso es algo inherente a la felicidad. El verdadero luchador es aquel que sonríe
en la adversidad. Sin embargo, si aun así no es infeliz es porque guarda la
esperanza de encontrar el perfume de la rosa entre todas las espinas. Porque
sabe que no hay mal que cien años dure.
Todos tenemos malas rachas,
épocas en las que parece que una nube nos persigue constantemente y que no para
de llover sobre nosotros, o peor aun, en
nuestro interior. Pero, no decaigas, porque no olvides que todos tenemos
nuestros momentos de felicidad. Además, por muy feas que se pongan las cosas,
siempre habrá una mano de alguien que esté brillando y nos guie en la
oscuridad. Nunca estamos del todo solos. Y todo pozo tiene un agujero por el
que salir. Son pequeñas pruebas que nos hacen más fuertes y nos enseñan lo que
es la realidad. Por eso, si estás mal, recuerda que siempre después de la
tormenta llega la calma y que aunque el sol esté oculto tras las nubes, nunca
deja de brillar.