Nunca se creyó una princesa. Tan
solo una chica normal. No se veía digna de grandes galas ni creía que fuera a
encontrar a un noble galán. Será porque había podido comprobar que no existía
el príncipe de los cuentos, ni azul ni verde ni de ningún color. Pero ella no
quería castillos, ni vestidos ni que la llevaran al baile real. Su único sueño
era encontrar a un sapo que la amara de verdad. Pasar las horas perdidas a su
lado y que la enseñara a volar. Lo único que pedía era alguien que le ayudara a
pintar su mundo, que no tuviera excusas que le encantara abrazarla, besarla y
en quien pudiera confiar. Que le sacara una sonrisa cuando llorara y con el que
cada minuto que pasara fuera especial. Ese hombre al que con ella le bastara y
que sin ella no pudiera estar. Con el
que el tiempo se detuviera a su lado. Ese hombre al que poder amar. El que le
dijera te quiero y se lo demostrara sin dudar.
Nunca creyó en cuentos. Solamente
en eso que pasaba en la realidad. Pero, su realidad estaba llena de
decepciones, de engaños, de historias inacabadas que la hacían desesperar. Cada
vez que la historia se repetía y que todo terminaba incluso antes de empezar,
lo único que rogaba era que, por mucho que le destrozaran el corazón, nunca
perdiera su capacidad de amar.