sábado, 24 de octubre de 2015

Fósforos de la vida

Dicen los gurús, los maestros espirituales y los entendidos en sicología, que no puedes depender de nadie para ser feliz. Que la felicidad reside en nuestro interior y que somos la primera persona a la que tenemos que amar.
Vale, sí, nunca podré estar más de acuerdo.
Pero, no nos mintamos. Hasta una cerilla necesita un roce para sacar su llama, o una vela necesita que la enciendan para iluminar con su luz.
En última instancia, eres tú y solo tú quien tiene que iluminar tu alrededor. Y, no necesitas a NADIE para que eso pase.
Sin embargo, no podemos empeñarnos en negar que, a veces, la vida sopla demasiado fuerte y nuestra llama se tambalea peligrosamente. O, se nos acaban las fuerzas y se nos apaga. No del todo. Aunque aún este candente y ansiosa por volver a brillar. Incluso las estrellas parece que se apagan por el día a nuestros ojos porque las opaca la luz del sol. Pues con nosotros ocurre lo mismo. Los problemas de la vida nos opacan.
Vale, entendidos de la fuerza humana que creéis que el ser humano es invencible o ha de serlo, nadie está libre de caer. Y, si, nos tenemos que levantar nosotros mismos y no depender de ninguna mano que nos levante.
Pero, qué bonita puede ser la vida cuando te encuentras una mano que te anima a levantar. Cuando dos ojos ajenos nos ayudan a mirarnos por dentro, a enfrentarnos no solo a esa imagen que nos devuelve el espejo de ese ser extraño que es uno mismo. No. Esa mirada que nos dice "mira en tu corazón, toda la luz que hay, y es tuya". Quién me niega que no agradece en un día lluvioso, no que alguien sea su sol, sino que te recuerde que tienes el calor suficiente para pasar el invierno. Esa persona que te hace reconciliarte contigo mismo, con la vida. Que hace que le ames porque te recuerda que puedes elegir el buen camino, que tienes más flores de las que creías para repartir. Y que tu corazón no solo palpita sangre. Sino que está lleno de buenas intenciones.
¿Quién mentiría tanto para decir que no quiere una cerilla de esas en su vida que solo con el roce te haga sentir millones de cosas, iluminando tu vida? Pues yo no.
Porque ¿acojona? Sí, mucho. Da miedo pensar que en algún momento se puede apagar esa llama. Pero, todos a veces somos un poco sordos, un poco ciegos y muy injustos con nosotros mismos. Más de lo que la vida se empeña en serlo con nosotros. Somos los imbéciles que nos empecinamos en ponernos más dificultades aún. Y, puede que por miedo a quedar de arrogantes o al que dirán, nos tiremos más piedras que flores a nosotros mismos. Olvidando que el amor empieza por uno mismo. Y que, sin eso, estamos perdidos.
Por eso, cuando aparece ese fósforo que nos abre la puerta hacia nuestras partes más bonitas y, desgraciadamente, muchas veces más escondidas por nosotros mismos, sonreímos. Sí, sonreímos de verdad. No como en esas fotos de estudio donde enseñas los dientes. Sino como en esas instantáneas que parecen hablar por sí solas y que reflejan felicidad en el brillo de los ojos.
Ese brillo con el que todos nacemos y que la maldita sociedad hace el esfuerzo para que apaguemos. Por rebeldía, envidia y mil razones más.
Sí, queridos gurús, gente sabia y leída que escribe líneas y líneas sobre lo correcto y lo que está mal. Tras leer muchos libros de autoayuda y felicidad, les doy la razón, nuestra vida solo depende de nosotros mismos.
Pero, no hay manera de explicar lo que hacen sentir esos fósforos que llegan a nuestra vida por casualidad y que nos enseñan cómo hacerlo sin tanta teoría. Esas personas que, sin que nos demos cuenta, nos ayudan a sacar de nosotros un poco de eso que llaman felicidad. Que nos ayudan abrir las alas para que no nos olvidemos de que podemos volar.