sábado, 18 de mayo de 2013

Hay más trenes en la estación

He tendido al sol mis ganas de llorar. Se que hay miles de razones para reír y solo tengo que mirar bien. Que no eres quien para hacerme caer y que ahí afuera hay un mundo lleno de posibilidades aguardando que quiera volver. Volver a disfrutar de esos pequeños detalles que, sin que te des cuenta, te dan la felicidad. Ese combustible que te da fuerzas para seguir.
Volveré a ser una para una y no una para dos. Que se contar aunque las matemáticas no se me den bien. Cuando das algo no debes hacerlo esperando que llegue algo a cambio. Pero si la balanza de una relación se desequilibra demasiado, uno de los dos acaba cayendo. Eso es así. Me ha pasado a mí. Lo daba todo por ti. Y tu moneda de cambio eran los falsos te quiero que nunca has demostrado.
El amor tiene un 20% de palabras y un 80% de hechos. Y tú, con tu sabia palabrería y tu ingenioso uso de la poesía, has llenado un 200% de vacías palabras. Que creo recitabas como un mantra. Y es que eres un romántico de la teoría. De eso no tengo dudas. Pero creo que tienes un gran suspenso en la práctica, mago de la retórica y de las falsas alabanzas.
Tus trucos de magia se basan en promesas que rompes antes de terminar, si quiera, de pensarlas. Pero ni tus elaborados poemas ni esos "inocentes" ojos que tanto esconden, ni esas intenciones que, tan bien matan, tienen la magia de recomponer los pedazos de un corazón roto por tus endulzadas patrañas.
Una relación se cuida con mimo, al igual que hace un jardinero con sus plantas. Si no riegas una flor ávida de agua, no te lamentes luego de su pérdida. Ni creas que va a revivir por evitar ver tus lágrimas de cocodrilo. Sus cenizas se regenerarán en otra parte donde sí que se apreciará su suave fragancia.
Es como si presumes de tener un Cadillac que, poco a poco se estropea guardado en un rincón del garaje para poder lucirlo con orgullo por las calles, algún momento de un lejano mañana. Seguramente cuando vayas a sacarlo, el frío y la falta de uso hayan dejado inservible el motor. Y, tu querido tesoro ya no sirva para nada. Lo podrás exponer para presumir pero no habrás experimentado ninguna sensación. Habrás perdido los mejores momentos que te podría haber dado. Tus ganas de aventuras y velocidad se habrán quedado reducidas a nada.
No te lamentes si has esperado a que la  fruta cayera del árbol para poder saborearla, si esta ha caído. Y, tú pendiente de otros manjares, ensimismado en tus pensamientos, no te has fijado en que todas las frutas por las que dudabas, descansan en el suelo. Y ya se han puesto rancias.
No te extrañes si estoy en otra estación, poniendo rumbo hacia nuevas rutas si, no solo tu tren no ha parado para recogerme, sino que ha sido capaz de atropellarme sin volver atrás la mirada.
O, si llaman a tu puerta insistentemente y ha faltado poco para derribarla. No llores ahora porque has estado sentado en un cómodo sofá y has puesto la música alta para no escuchar nada. Y cuando has abierto la puerta, no había más que un felpudo solitario construido con vanos intentos y que tiene una frase escrita a fuego "por tonto, te quedas con las ganas".
Si tú dormías bajo unas cómodas sábanas mientras me congelaba de frío en la calle, bajo tu ventana esperando con una sonrisa a que salieras a buscarme y me dejaras entrar en tu cama. No me reproches que el día de mañana bajo tu ventana no haya más que hiel y ,mientras, yo esté rodeada de otros brazos que me den ese calor que tú siempre me negabas.
Te marchaste por propia voluntad, cerrándome la puerta en la cara. Bien, ahora que estoy tan lejos que casi no me ves, no grites que vuelva. Ya, no sirve de nada.

lunes, 6 de mayo de 2013

Nadie es perfecto


Todos tenemos  un pasado que recordar con felicidad. Y, parte de este que intentamos, con todo esfuerzo, enterrar en la mente, bajo los buenos momentos.  Es curioso cómo a veces podemos sentirnos mal con el mundo y una rabia interna que nos cansa y entristece. Todo está en nosotros. Pero, es más cómodo echar balones fuera. Por eso, cuando vemos nuestros errores reflejados en los demás, como un espejo que nos persigue sin cesar, nos encolerizamos, alegando que no nos gusta cierto aspecto de su personalidad. En realidad, lo que nos molesta son nuestros aspectos que intentamos cambiar.

¿Quién no ha sentido esa extraña necesidad de escapar,  de salir corriendo, de desaparecer, de volver a comenzar? Por mucho que corramos, nos escondamos de la supuesta amenaza en que convertimos a los demás, nuestro peor enemigo siempre nos acompañará. Aunque no lo veamos, no nos dejará tranquilos. No va a nuestro lado, ni delante ni detrás. Sino en nuestro interior. Nuestros pensamientos y sentimientos no nos van a abandonar. Y si hacemos caso a los destructivos, nos amargarán. Aunque corramos a los confines de la tierra, de uno mismo no se puede escapar. Ni la lucha por esconder todo aquello que somos o enterrarlo en lo más profundo haciendo como si nunca hubiera llegado a pasar. Rogando que nadie se haya dado cuenta, que se olvide y que no vuelva nunca más. Pero, a largo plazo es peor. Se va formando un cúmulo de rabia y dolor que, tarde o temprano, acabará por explotar haciendo de nuestra tranquila fachada un tormento y aflorando todo aquello que luchamos por desterrar.  

Mejor no correr de uno mismo, pues tu sombra nunca te abandonará. Forma una parte de uno mismo, construyendo una persona única y sin igual. Un humano con sus errores, sus fracasos y temores. Eso es una parte oscura que no impide que brilles y triunfes en la vida. Más aún, sirve para mejorarte a ti mismo, para seguir adelante y aprender a levantar. Pero, esto no pasará mientras sigamos enterrando la maleza entre las flores del jardín. Hay dejarla crecer hasta que la veamos, no evitarla y, cuando estemos preparados, cortarla de raíz. Y si alguien nos quiere ayudar a arrancar esos hierbajos, dejarle. Pues no existe todavía el hombre que tenga un jardín lleno de rosas únicamente.

Somos lo que somos, y tal y como somos, somos perfectamente imperfectos. Por eso, tenemos que aprender a aceptarnos y vivir con plenitud intentando mejorar a cada momento. Pero sin frustrarnos si el procedimiento es lento.

domingo, 5 de mayo de 2013

Princesas reales


¿Quién de pequeño no ha leído cuentos sobre princesas y castillos? Todos conocemos a La Cenicienta, La Bella y la Bestia, Blancanieves, La Bella durmiente y un sinfín  más de historias protagonizadas por bellas damiselas que suelen encontrarse en apuros de los que son rescatadas por un apuesto príncipe. No voy a decir que no sean historias bonitas y conmovedoras con las que dormir a los pequeños de la casa. Pero, ¿qué hay de real en todo esto? Absolutamente nada. Nos presentan a todas estas princesas como mujeres de ensueño, con pelos pantene, unos cuerpos de infarto, unas caras angelicales y una inocencia y bondad que raya lo inexistente. Unas mujeres frágiles como muñequitas que, sin su hombre predestinado, no son nada. Al igual que el encantador príncipe que la salva. Nos los pintan casi como héroes. Por no menospreciar sus figuras atléticas casi de gimnasio. Además de su hombría y su buena actitud. Sin olvidar que nuestro querido molde perfecto da su vida por ella si hace falta. Pero, si hace esto revive porque la historia tiene que acabar bien. Y siempre es la misma historia de “amor”, que parece destinado desde el principio y del que no se ve el final. Un mundo donde todo es idílico y todo el universo conspira para que nuestros protagonistas acaben juntos y sean felices sin conocer ni un solo obstáculo porque parecen los elegidos. Unos modelos con unos patrones de perfección que solo conocen finales felices.

La realidad es muy diferente. Claro que existen princesas. Pero nada que ver con esas barbis esqueléticas de catálogo. Hay princesas altas, bajas. Unas más delgaditas, otras con más curvas. Estas princesas no van en carrozas ni visten de gala. No se dedican a cantar en jardines de palacios ni a ponerse guapas para el baile del año. Las princesas de la realidad son aquellas mujeres que pueden descuidarse porque su preocupación por ti es mayor. Esas que se quedan la noche despiertas al lado de tu cama para velar por tus enfermedades o protegerte de tus miedos. Las que no viven en castillos sino en pequeñas moradas que mantienen siempre pulcras, que en vez de comer perdices en grandes banquetes, se preocupan porque no te falte el plato en la mesa. Las que no salen de un cuento, sino que se inventan las mejores historias que te arropen por las noches. Las que no esperan en balcones a que su príncipe vaya a buscarlas. Sino que van en coche, caminan o cogen un autobús para buscar a su principito. Estas princesas no disponen de un séquito a su servicio ni viven despreocupadas porque no les falta de nada. Al contrario, muchas veces, se ponen a tu servicio sin horarios ni límites y su mayor preocupación es que vivas bien. Pueden tener ayuda o estar solas. Si tienen un mal día o están cansadas, sacan fuerzas para que el tuyo termine bien. A menudo no aparecen como protagonistas, cuando se merecen serlo. No son ellas las rescatadas sino que te levantan a ti de las caídas, te curan las heridas y te secan las lágrimas.
Puede que, a primera vista, no parezcan princesas porque no son como las convencionales. Se parecen más a unas heroínas reales. Y es que, en el fondo, más que princesas, merecen ser tratadas como lo que son, unas reinas, las reinas de la casa. Esas princesas a las que comúnmente llamamos MAMÁ, se merecen que les dediquemos este día y los 364 restantes.