Todos tenemos un pasado que recordar con felicidad. Y,
parte de este que intentamos, con todo esfuerzo, enterrar en la mente, bajo los
buenos momentos. Es curioso cómo a veces
podemos sentirnos mal con el mundo y una rabia interna que nos cansa y entristece.
Todo está en nosotros. Pero, es más cómodo echar balones fuera. Por
eso, cuando vemos nuestros errores reflejados en los demás, como un espejo que nos
persigue sin cesar, nos encolerizamos, alegando que no nos gusta
cierto aspecto de su personalidad. En realidad, lo que nos molesta son
nuestros aspectos que intentamos cambiar.
¿Quién no ha sentido esa extraña
necesidad de escapar, de salir
corriendo, de desaparecer, de volver a comenzar? Por mucho que corramos,
nos escondamos de la supuesta amenaza en
que convertimos a los demás, nuestro peor enemigo siempre nos acompañará. Aunque no lo veamos, no nos dejará tranquilos. No va a
nuestro lado, ni delante ni detrás. Sino en nuestro interior. Nuestros
pensamientos y sentimientos no nos van a abandonar. Y si hacemos caso a los destructivos, nos amargarán. Aunque corramos a los confines de la tierra, de
uno mismo no se puede escapar. Ni la lucha por esconder todo aquello que somos
o enterrarlo en lo más profundo haciendo como si nunca hubiera llegado a
pasar. Rogando que nadie se haya dado cuenta, que se olvide y que no vuelva
nunca más. Pero, a largo plazo es peor. Se va formando un cúmulo de rabia y
dolor que, tarde o temprano, acabará por explotar haciendo de nuestra tranquila fachada
un tormento y aflorando todo aquello que luchamos por desterrar.
Mejor no correr de uno
mismo, pues tu sombra nunca te abandonará. Forma una parte de uno mismo,
construyendo una persona única y sin igual. Un humano con sus errores, sus
fracasos y temores. Eso es una parte oscura que no impide que brilles y
triunfes en la vida. Más aún, sirve para mejorarte a ti mismo, para seguir
adelante y aprender a levantar. Pero, esto no pasará mientras sigamos
enterrando la maleza entre las flores del jardín. Hay dejarla crecer hasta que
la veamos, no evitarla y, cuando estemos preparados, cortarla de raíz. Y si
alguien nos quiere ayudar a arrancar esos hierbajos, dejarle. Pues no existe todavía
el hombre que tenga un jardín lleno de rosas únicamente.
Somos lo que somos, y tal y como
somos, somos perfectamente imperfectos. Por eso, tenemos que aprender a
aceptarnos y vivir con plenitud intentando mejorar a cada momento. Pero sin
frustrarnos si el procedimiento es lento.
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