lunes, 15 de julio de 2013

Perder el miedo a perder

Quizás no sean dudas, sino un disfraz que no deje ver el miedo. El miedo a no saber, a caer, a volver a pasar lo mismo otra vez.  Ese temor a despertar de un buen sueño para enfrentar la realidad. A naufragar y creer que te ahogas en un desgastado vaso de cristal. Puede que las ganas de comerte el mundo sean suficientes y comiences a volar. Pero está el miedo a que el mundo pueda más y acabe por devorarte él a ti. Esas luchas internas entre la búsqueda de la aventura y la apuesta por la seguridad. Todos los vaivenes emocionales que desgastan y te hacen retroceder.
Sentirse como un barco a la deriva que ha perdido el rumbo. Y buscar desesperadamente ese mapa invisible que te muestre de nuevo el camino. Pagar cualquier precio por encontrar la brújula que te lleve de vuelta al reconfortante hogar. Al punto donde te sientes a gusto contigo mismo y poner el paso firme para poder volver a comenzar. Para creer en ti mismo, aprender de lo caminado y no hacer como los cangrejos que caminan hacia atrás. Buscar el tesoro en los lugares más insólitos. Fallando una y otra vez, malgastando fuerzas por no querer ver. No darte cuenta de que en tu mano tienes la piedra filosofal. Y evitar los espejos por miedo a no enfrentarse a esa mirada que te grita  un "espabila ya". Y en medio del silencio, escuchar el ruidoso repiqueteo de la arena de un reloj que te recuerda que el tiempo no se detendrá. Que cada grano de arena que cae suene como los últimos segundos de una bomba a punto de explotar. Como sientes que hará tu cabeza de un momento a otro por culpa de los temores irracionales a punto de rebosar. Querer correr y no conseguir mover un pie. Sentirte atado a tus miedos, encadenado por fantasmas del pasado. Y dejar ganar la partida al miedo a intentarlo y fracasar. Abrir la boca para gritar a los cuatro vientos y cerrarla en un suspiro en el que sientes que se te acaba el aire.
A veces viene bien perder el rumbo y dejar de correr tras la felicidad. Recorrer el camino sin pensar, sin esperar. Para que, sin que te des cuenta, esta te pueda atrapar. Descorrer las cortinas y permitir que entre el sol. Que ilumine ese rinconcito de la habitación donde te refugias y se acumulan todas las lágrimas que derramas cuando ya no puedes más. Coger aire y contar hasta tres, respirar pausadamente llegando hasta diez. Desterrando del vocabulario el "ya no lo puedo soportar". Recuperar la confianza, abandonar el suelo y salir a ganar. Con fe, alegría y con la mentalidad de que lo lograrás. No desistir, mantener la calma y abandonar el miedo a fracasar.
El miedo a perder la felicidad que está por llegar, es una forma de perderse la oportunidad de poder ser feliz.
 

martes, 9 de julio de 2013

Cada viernes

Si me pidiese que definiera el amor, no sabría decir casi nada. Porque definir es limitar y el amor no entiende de límites. Pero podría contar una historia en la que puede decirse que hay amor:
Todo empezó un viernes por la tarde. Al menos su primer recuerdo se remonta a aquel lejano atardecer. Donde se miraron, donde se hablaron por primera vez. Donde sellaron su vida y sus promesas de amor en el silencio de un beso robado.
Un mismo día de la semana dieron un paso más con su noviazgo. El mismo que les haría prometer quererse el resto de su vida en un altar rodeados de los más allegados. Donde intercambiaron las tan conocidas palabras:
-"Te acepto como mi legítima esposa, amarte y respetarte, de hoy en adelante, en lo próspero, en lo adverso, en la riqueza, en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, hasta que la muerte nos separe."
-"Te acepto como mi legítimo esposo, amarte y respetarte, de hoy en adelante, en lo próspero, en lo adverso, en la riqueza, en la pobreza, en la enfermedad y en la salud hasta que la muerte nos separe."
Convirtieron esas palabras en hechos. Demostraron su amor en ocasiones de colores. Y también hicieron relucir la verdad de la palabra en medio de la oscuridad.
Sustituyendo por sonrisas cada lágrima. Tendiendo una mano en cada caída. Compartiendo la fortuna y arrimando el hombro cuando se necesitara. Contagiando la buena salud y estando al lado de su cama cuando enfermaba.
Amor es eso que cada día se demostraban. Amor era que él cada viernes a la misma hora se arrodillara pidiéndole que con él se casara. Ella contestaba siempre lo mismo "Sí, quiero". Y con eso le dibujaba una gran sonrisa en su cara. Y es que por muchos años que pasaran, por mucho que su cabeza por el alzheimer no funcionara, su corazón nunca lo olvidaba. Lo que le quería, el amor que por él profesaba. Por eso cada viernes volvía a llevarle la flor que más le gustaba, un lirio blanco que a su primera cita le recordaba. Ni cuando estuvo postrada en su cama sin fuerzas, de su lado se apartaba. Esperaba hasta que se dormía plácidamente mientras su canción favorita le cantaba.
Ahora que ella ya no está, él deja todos los viernes un lirio blanco en su tumba mientras tararea esa melodía que a ella tanto le gustaba.
Eso puede ser una definición de amor.