martes, 12 de febrero de 2013

Caer está permitido,levantarse es una obligación


“Ríe y el mundo reirá contigo. Llora y el mundo te dará la espalda para que llores solo.” Cuando la vida es una fiesta, todos se apuntan a bailar, a reír y, por supuesto, a pasarlo bien. Pero la vida tiene una gama entera de colores y parece que el rosa no es su favorito.  Tan pronto puede brillar el sol, como caer una tormenta que te cala hasta los huesos, hundiéndote en un agujero negro que te ahoga lentamente. Es entonces, cuando la mayoría de “amigos” se van, desmitificando el significado de la palabra. Después de la fiesta nadie se queda a recoger. Y, si hay platos rotos, es mejor echar a correr. Sin mirar atrás, pensando en uno mismo y nada más. Es entonces, cuando sientes que te quedas sin fuerzas y que todo a tu alrededor se derrumba, perdiendo el poco sentido que le restaba. Cansado de llorar, desesperado, ves que nadie escucha tus gritos de auxilio. Puede incluso que quien creías que te iba a ayudar, te suelte cuando estés al borde del precipicio. O, ayude a tu caída, dándote el golpe de gracia. Pisotean tus sentimientos sin piedad, y se deshacen de ti cuando no te necesitan más. Haciéndote sentir como un viejo trapo sin utilidad. Harto de fingir que todo va bien cuando las cosas no hacen más que empeorar. Buscas desesperadamente la salida, con el único deseo de desaparecer de ese círculo infernal.

Es en esos peores momentos, en los que el gris parece hacerse habitual. Cuando parece que las sombras han decidido que no te van abandonar. Entonces aparecen esas pocas personas que hacen que la carga personal sea más llevadera. Que no se van de tu lado ni en los peores momentos. Aquellos que creen en ti hasta cuando has dejado en confiar en ti mismo. Los apoyos que te ayudan a levantarte y seguir adelante. Que te instan a luchar y no abandonar tus sueños. Te ayudan a abrir los ojos y darte cuenta de lo que de verdad merece la pena. Que te recuerdan tu capacidad de ver el sol entre las nubes y saber esperar a que pase la tormenta para poder ver el arcoíris. Quienes sacan lo mejor de ti y hacen que las sonrisas ganen por goleada las tantas lágrimas derramadas.

Aun así. Lo más importante es darse cuenta de que solo has de depender de ti. Que nadie puede solo pero que solo dentro de uno mismo está el deseo de querer y la fuerza para poder. Nada sigue igual. Cada día, cada experiencia, cada error, cada triunfo y cada fracaso, cada batalla perdida o ganada, cada pena y emoción, toda inacción o cada decisión…nos cambian, nos aportan algo y definen nuestra personalidad. Son los pilares de  lo que somos, pequeñas piezas de una gran obra que se va creando con cada mínimo detalle, con cada pincelada de color, con cada recuperación  de cada dolor. Un imperfecto edificio con grietas que irá cubriendo con el tiempo y harán de él una única creación. Con cada ladrillo derrumbado, cada muro perforado, se levantará de nuevo, más humilde pero también cada vez más elevado. Con más cuidado se erigirá ante el mundo,más ilusionado. Y cada huella, cada desconchón en la pared contarán una historia única y servirán de testimonio de las batallas que ha librado. Aprenderá de lo malo y disfrutará de lo bueno que se le ha dado.

Por eso,  por mucho que cueste, hay que poner al mal tiempo buena cara. Permitirse caer con la premisa de que el levantarse es una obligación. Saber que estamos solos pero siempre se puede compartir la soledad. No aferrarse a nada ni a nadie. Y, no depender más que tus ganas de vivir, de seguir, de salir adelante e intentando que el ser feliz solo dependa de ti.