domingo, 30 de agosto de 2015

La suerte de mi vida

Siempre me gustaron los viernes. Último día de trabajo, de clase, del ahogo de las obligaciones. Comienzo del fin de semana, de un poco de descanso o de fiesta, qué más da.
El verano es mi estación favorita. Calor, piscinas o un poquito de mar, desconexión, planes con amigos, helados a cualquier hora, dormir hasta tarde o los largos y lentos paseos sin prisa por la ciudad.
Las fiestas de la ciudad son una semana diferente: casetas, ferias, ambiente por las calles abarrotadas de color...
Pero, ¿Quién me iba a decir a mi que aquél viernes, aquél verano, aquéllas fiestas no iban a ser iguales a nada? Ni en mis mejores sueños había pensado en un guiño tan genial que el destino me tenía preparado. Si me pudiera anticipar al futuro, no me creería que esa noche iba a encontrar mi trébol de cuatro hojas. En forma humana. No sabía que los planetas se iban a alinear por una vez en mi vida para hacerme ese regalo. O que la luna iba a brillar de una manera especial. Pero, ¿Cómo me iba a fijar en la luna si me crucé por primera vez contigo, si solo tenía ojos para esa mirada?
Aquélla noche descubrí el verdadero significado de esa frase que reza "el primer beso no se da con la boca, sino con la mirada."
Entendí por fin el porqué de todas aquellas veces que la vida me había dicho "no". Me di cuenta que tan solo me estaba diciendo que tuviera paciencia. Pues lo bueno se hace esperar. ¡Qué razón más grande! La espera y las negativas valieron la pena. Porque creo que por primera vez sonreí de verdad.
¿Y eso de que la vida puede cambiar de un momento a otro? Qué cierto es eso de que podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante. Tan cierto como el sol sale por el día y la luna por la noche. Te pasas años respirando como un autómata y suspirando por cumplir tus sueños. Hasta que llega ese momento, ese minuto, ese segundo en el que se te corta la respiración, y tu vida da un giro de 180º, haciéndote ver que puede ser mejor la realidad que todo aquello que tenías en mente. 
Una mañana te levantas, te vistes, sales a la calle, te dispones a hacer todo como cualquier otro día. Sin saber que tu vida va a cambiar por completo y que va a ser un día especial. El día. Te despiertas pensando en ti mismo, pensando en singular. Y te acuestas sin saber que ha llegado el momento de cambiar el chip y utilizar en tu vocabulario el plural, el nos.
Nadie te avisa. Nadie te dice "sonríe que hoy es el día". El día en que vas a conocer a esa persona. El día que el mundo te va a sonreír. Bueno, el mundo, o esa persona que se va a convertir en tu mundo.

 
No, las cosas no funcionan así. Nadie te prepara ni te deja un momento para vestirte para la ocasión. Pero es que lo mejor es la naturalidad. Y las casualidades no entienden de formalidades ni preparación. Te pillan desprevenido. Como esas tormentas de verano que te sorprenden en mitad del campo sin paraguas ni sitio para resguardarte. Y te calan los huesos, refrescando el corazón. Y no hacen falta grandes galas ni adornos. Tan solo buena voluntad, mente abierta y muchas ganas de descubrir lo siguiente que vendrá. 
Puede que el destino o el azar lo tengan planeado. Pero, nosotros lo recibimos como esa ola de mar que te tira de la colchoneta mientras dormías plácidamente al sol.
 
 Y nos despertamos. Del gran letargo en el que llevábamos sumidos años. O, puede que abramos los ojos por primera vez. Que veamos de verdad. Porque, en realidad, cerramos los ojos, saltando al precipicio, a la incertidumbre. Y se abre el corazón, por si sólo. Sin pensar, sin pedir permiso.
Nadie sabe cuándo será el momento de qué día, mes, año....de qué minuto en el que, durante una fracción de segundo, paren todos los relojes a tiempo. No se percibe ese minuto en que las manecillas se ponen de nuevo a girar. En otra dirección, a otro ritmo, pintando los minutos de color. Nadie se da cuenta de esos pequeños detalles que van haciendo grande la ilusión y los sueños realidad. De esos momentos que parece que pasan desapercibidos y no tienen mucho de diferentes. Pero que se guardan en la memoria del corazón y que van cambiando todo. Rimando ese nombre con el tuyo. Momentos llenos de suspiros, que van escribiendo una historia de amor. Que van formando fechas importantes para los dos.
Aunque la importancia no está en los números, en los meses fijados por el calendario. Reside en esas fotos, en los abrazos, besos...y en esos momentos de los que no se puede ni hablar. Ni falta que hace. Porque lo importante es que lo sepan los implicados. Que ya hablará el brillo de la mirada por sí mismo de cara a los demás.
Y es que nadie sabe cuándo va a dejar de sobrevivir para empezar a vivir de verdad. Pero, ¿Qué más da? Lo bonito de no esperar nada y sorprenderse cuando llega la suerte de tu vida es, lo mejor que te puede pasar.
 

 


lunes, 17 de agosto de 2015

Hogar, dulce hogar

Tenemos la manía de decir eso de "hogar, dulce hogar" cuando ponemos un pie en casa tras estar mucho tiempo fuera o donde podemos descansar tras un día agotador. Pero, hogar, me parece demasiado para denominar cuatro paredes y un techo en el que resguardarse. Yo prefiero llamarlo vivienda o casa. Un habitáculo, un lugar físico con muebles donde realizas funciones orgánicas vitales: comer, dormir, etc.
Pero, la idea de hogar, se ajusta más a las personas. Una casa puede resguardarte de los fenómenos meteorológicos y darte cobijo. Pero cuatro paredes frías, desnudas o cubiertas, no te darán el calor del hogar.
Me gusta más llamar hogar a unos abrazos cálidos que te resguardan del frío de la vida o que te esperan con alegría tras una larga ausencia.
Casa es donde puedes poner música, la radio, donde puedes ver la televisión o conectar un ordenador. Pero hogar, son unos oídos dispuestos a escuchar, todos y cada uno de tus problemas, o cómo cantas tu canción favorita. Unos ojos que ven en ti lo que nadie es capaz de vislumbrar, esa conexión humana y especial.
En una casa damos alimento al cuerpo, un hogar nos alimenta el alma.
En una casa puedes tener intimidad. Pero en tu hogar puedes ser tú mismo.
Buscamos calor en una casa, encendiendo la calefacción. Pero el candor se encuentra en un hogar, en otra piel. No es lo mismo la llama de una chimenea que la llama del amor. 
En una casa pueden convivir mucha gente. Tu hogar estará en el interior de pocas personas.
Puedes vivir en muchas casas en muchos países, en un pueblo o en una ciudad. Y dejarlas atrás sin pestañear. Pero, los hogares, los puedes encontrar en varios lugares, yendo de acá para allá, y los contarás con los dedos de la mano. Pueden ir contigo durante años, o pasar por tu vida como un rayo. Lo que es seguro es que tener que abandonar alguno, dejar de sentirlo, es de las cosas más dolorosas que experimentarás. Aunque a veces no quede otra opción.
Estar en una casa es encontrarse de cuerpo presente en un lugar concreto. Vivir en un hogar no entiende de tiempo ni espacio, es continuo y nómada. Es un estado mental, que viaja a donde esa persona está.  
Una casa puedes reemplazarla, derruirla, construir una nueva, o comprar una mejor. Las hay de diferentes tamaños, tipos y colores. Las puedes reformar o residir en sitios más cómodos.
Sin embargo, un hogar es irremplazable. En muy pocos encajarás a la perfección y su huella es imborrable.
Hogar no es donde guardamos la ropa o tenemos el álbum de fotos. Es con quien desnudamos nuestros miedos, despertamos sentimientos y compartimos memorias.
Hogar no es donde residimos, sino, con quien nos sentimos vivos. No es la dirección del remitente. Es donde sentimos que está nuestro corazón presente.
Tener una casa es una necesidad. Tener personas a las que llamar hogar, es  una bendición.