Otra mañana más ella se despierta
como si nada ocurriera en su mundo. Con una sonrisa pintada en la cara para que
sus más allegados, los que la quieren de verdad no noten el dolor de los mil
pedazos que forman ahora su corazón. Todo a su alrededor sigue igual, el café
templado, las obligaciones en la mesa y el día por delante. Pero sólo ella sabe
que algo ha cambiado, que el sol entrando por su ventana ya no le da ese
candor, que la luna para sus ojos no brilla como antes. Ahora solo queda el
reflejo de esa ensoñación a la que llaman amor. Ese sentimiento compartido por
dos almas solitarias que encuentran algo de paz y compañía, que comparten
sueños y planes de futuro. Todavía recuerda cuando el tiempo se paró, no existía
para ellos. Cuando construyeron su propio mundo con besos y abrazos, con
promesas y miradas de complicidad. Cuando el mundo estaba a sus pies y podían soñar
juntos a su capricho. Los bailes al son de sus corazones y las respiraciones
entrecortadas con las caricias que se regalaban. Pero eso forma parte del
pasado. Ahora se levanta de su cama como si todo fuera un bonito pero irreal sueño.
Los colores de su habitación pintados por los dos, ahora no son más que el gris
de su lucha interna por salvarse así misma. Está sola en su soledad, como
todos. Pero duele aún más después de haber probado las delicias de la efímera
pasión. Ese amor de verano que la ha sumido en un largo invierno congelando su
corazón. El único consuelo que le queda es pensar que podrá hacer como el ave
fénix, resurgir de sus propias cenizas. Pide cada día que de los rescoldos de
ese amor, surja algo nuevo. Sabe que ya no será con él. Pero quiere volver a
sonreír. Tiene razón, ella merece volver a ser feliz.
Nunca es demasiado tarde para intentarlo una vez más. Nunca el daño es suficiente como para dejarnos en el suelo. Los sueños, como el amor, son indestructibles. Como la gasolina, sólo necesitan una chispa para encenderse.
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